El fascinante misterio de los laberintos, de la mitología a las catedrales, los jardines y el cine

laberinto

Cuenta la mitología griega que Minos, rey de Creta, encargó al prodigioso arquitecto Dédalo la construcción de una intrincada estructura en la que encerrar al monstruoso Minotauro. Nació así el que es probablemente el laberinto más famoso de la historia, una compleja red de pasillos de la que era harto complicado escapar.

Desde entonces, la fascinación del ser humano por los laberintos no ha cesado de crecer, lo que ha convertido a estas llamativas construcciones en un elemento recurrente de la cultura popular, muy presente en la literatura, el cine, la televisión, los cómics y los videojuegos. Ya forman parte de la memoria colectiva imágenes como la de la pequeña Alicia huyendo por los laberínticos jardines de la Reina de Corazones o el tenso final de El resplandor, en el laberinto que hay junto al hotel donde se desarrolla la película.

Tan potente es esa escena que no resulta extraño que los visitantes del hotel Stanley, aquel en el que se inspiró Stephen King para escribir la historia, pregunten a menudo por el inexistente laberinto. Conscientes del interés que suscita y con ánimo de hacer real la fantasía, los responsables del hotel decidieron convocar un concurso internacional de diseño para elegir el mejor laberinto.
Curiosamente, fue Kubrick el que añadió ese incónico laberinto que no existía en la versión literaria. El escritor sí incluye uno, algo peculiar, en In the Tall Grass, un relato corto que escribió junto a su hijo en el que relata la historia de dos hermanos que siguen los gritos de un niño hasta un campo de hierba que acaba siendo un laberinto donde se confunden espacio y tiempo y del que parece no haber salida posible.

Pero, ¿por qué resultan tan fascinantes los laberintos? «Generan un misterio evidente, tienen el atractivo de lo desconocido, de lo misterioso, del reto… Ese laberinto que se nos ha contado, ese laberinto para perderse, con sus bifurcaciones y sus curvas, posee el encanto y la emoción del caos y la confusión», explica Jaime Buhigas, autor del libro Laberintos: Historia, mito y geometría.

Sin embargo, la idea original de laberinto era bien diferente. De hecho, su planteamiento era justo el contrario. «Los primeros laberintos sólo tenían un camino. No había elección, con lo que perderse era imposible. Consistía en llegar al centro y salir», cuenta Buhigas. De aquí nace su significado primero. «El laberinto original es un templo, una especie de lugar de encuentro con la divinidad, que está en el centro y salir, era una especie de símbolo iniciático, de la muerte iniciática y la resurrección», añade.

Es precismente la leyenda del Minotauro y su muerte a manos del héroe Teseo (a pesar de que suela representarse como un laberinto moderno) el que mejor resume esa simbología primigenia. «El laberinto es un proceso, es un viaje, como si fuera una peregrinación, un viaje interior. En el centro está el Minotauro, que también somos nosotros, una proyección de nuestras partes oscuras, instintivas, salvajes, aquellas que tenemos que matar. La interpretación es evidente, el laberinto es introducirse en el interior de uno mismo para arrojar luz en esa parte oscura, salvaje y brutal que todos tenemos en alguna medida», detalla el experto.

Múltiples diseños

Existen muchísimas y muy variadas formas de diseño de laberintos. Los más antiguos son los cuadrados y rectangulares, pero después surgieron los ovalados, los formados por círculos concéntricos, los de estructura arbórea… El arte y la ficción han imaginado laberintos con formas aún más insólitas, como las ilustraciones imposibles de Escher, aquel mundo fantástico de Dentro del laberinto en el que acechaba un ochentero David Bowie, la trampa cúbica de Cube, los sueños artificiales de Origen o la cambiante estructura del reciente éxito literario y cinematográfico El corredor del laberinto.

Entre los laberintos reales, «los mejores y más interesantes son las que han quedado en las catedrales góticas del siglo XIII, especialmente en Francia», donde pueden verse mosaicos laberínticos situados en el punto de intersección de la nave y el crucero. Aunque aún se discute sobre su función y significado, a menudo suele aceptarse que el cristianismo decidió adoptar esta imagen pagana como símbolo de la ardua búsqueda de Dios y la redención.
Buhigas destaca el de la catedral de Chartres. «Es el paradigma de los laberintos. Su diseño es perfecto, desde el punto de vista de la geometría sagrada es impecable: los números con los que está hecho, las razones sagradas, el número de vueltas en un lado y en otro, el equilibrio absoluto de las partes…», asegura. Se trata de un laberinto univiario, de un sólo camino, y solía considerarse una representación de la peregrinación. Su recorrido, de unos 250 metros, suele denominarse «la legua de Jersusalén», ya que se dice que peregrinos y sacerdotes asumían la penitencia de recorrerlo de rodillas. Aunque esta historia es muy popular, existe muy poca documentación al respecto y no es posible saber hasta qué punto es cierta.

Fue en el siglo XVI cuando el laberinto perdió parte de su concepción trascendental para adquirir un significado mucho más frívolo. Desde la arquitectura renacentista en adelante, sobre todo en el período barroco, se generó un gran interés por los laberintos ajardinados. «Son laberintos modernos, lugares para perderse o para que no te encuentren. Se pusieron de moda y toda familia de clase alta que tuviera un palacio con jardines quería siempre un espacio laberíntico, muy vinculado a los encuentros amorosos, incluso con un carácter erótico», relata Buhigas.

Entre los jardines laberínticos actuales más bonitos se encuentran los de Glendurgan (Cornualles), el parque del Laberinto de Horta (Barcelona), el jardín El Capricho (Madrid), los jardines de Marqueyssac (Aquitania), el Laberinto del Hombre Verde (Gales), los jardines del castillo de Villandry (en el Loira), el laberinto de Hampton Court (Londres) y el laberinto Stra (a las afueras de Venecia), del que se dice que es uno de los laberintos más complicados de resolver y que ni siquiera Napoleón fue capaz de completarlo.

A pesar de la belleza de estos laberintos, muchos preferirán perderse en los jardines de la Alicia imaginada por Disney. Hay uno en cada uno de sus parques temáticos y, pese a ser mucho más simples que otras atracciones, siempre están repletos de visitantes que buscan, tal vez, la madriguera que les lleve a su propio país de las maravillas.

http://www.20minutos.es/noticia/2443681/0/laberintos/jaime-buhigas/el-resplandor/

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