Eucaliptos

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Es una historia conocida, una vieja historia. Un día se plantan unos árboles, -una hilera, un bosquete, unos pies aislados- que al cabo de unos años crecen y se hacen grandes, en algunas ocasiones muy grandes. Entonces, cuando ya nos hemos acostumbrado a su estampa, cuando ya gozamos de su sombra, cuando ya forman parte de nuestro paisaje, de pronto, nos estorban y se talan, se podan de manera abusiva, se dañan para que acaben muriendo…
Hay todo un amplio repertorio de normas de protección, de ordenanzas municipales de medio ambiente, de catálogos de árboles singulares, de estudios de impacto ambiental que, casualmente, en la inmensa mayoría de los casos, no son de aplicación a estos árboles que acaban maltrechos o tumbados en el suelo ante la indiferencia de  casi todos.
Lo hemos vistos en las últimas décadas en La Marquesa, junto a la rotonda  del monumento a Álvaro Domecq, en el Parque González Hontoria, en la Avenida de Europa, en el Camino de Espera, en el Altillo, en la avenida de la Rosaleda, en los accesos al Aeropuerto, en tantos sitios… Las “víctimas” han sido viejos olmos, cipreses que incordian en medio de una explanada que se asfalta,  almeces centenarios que estorban ante cualquier obra… y eucaliptos. Sobre todo eucaliptos. Los últimos “afectados” han sido dos “gigantes vegetales” de más de 30 m que crecen junto a la rotonda del Puente de Cádiz, al inicio de la Ronda Este y que han sido llamativa y tristemente podados. Como en casi todos los casos, no han faltado esta vez vecinos que lo aplaudan ni vecinos que lo denuncien.
Y es que el eucalipto es una especie con “mala fama”. A nadie se le escapa que el rechazo a estos hermosos árboles, se debe fundamentalmente a las plantaciones masivas destinadas a la industria papelera, realizadas la mayoría de las veces a costa de nuestro bosque autóctono por intereses derivados de una política forestal hoy ya, afortunadamente, superada. Pero de ahí a señalar a todos y cada uno de los eucaliptos como árboles «malditos» va un largo trecho. Por muchas razones creemos que en esta cuestión, al revés de lo que nos enseña el tradicional refrán, sucede que “el bosque no deja ver los árboles” y que una cosa es sustituir progresivamente por especies autóctonas aquellos eucaliptares (los populares “calistrales”) que crecen en muchos rincones de la campiña,  y otra eliminar sin más cualquier pie de eucalipto por el simple hecho de serlo  ya que, por el contrario, muchos de estos  ejemplares debieran ser conservados y protegidos.
Un poco de historia
Procedente de Australia, el eucalipto no alcanzó difusión en nuestro entorno hasta la segunda mitad del siglo XIX. En nuestro país no figura todavía en el inventario (1) del Jardín Botánico de Valencia (1841), uno de los más activos, ni se menciona tampoco en ninguno de los 111 paseos y jardines recogidos por Madoz en su Diccionario Geográfico (1845-1850) de los que se enumeran sus diferentes especies arbóreas (2).  Tras su introducción en España, se extendió con gran rapidez por las provincias del litoral andaluz. La voracidad de la minería de Huelva reclamaba entonces enormes cantidades de madera para el entibado de las minas y las fundiciones. Estas urgencias forestales provocaron las plantaciones de especies arbóreas de rápido crecimiento a costa de sustituir el bosque autóctono por grandes extensiones de pinos y eucaliptos. La corriente «higienista» que desde finales del siglo XIX vio en lagunas y marismas la fuente del paludismo y otras enfermedades, encontró también un firme aliado en los eucaliptos para la desecación de los humedales. Todo ello, unido a la facilidad de su aclimatación y a su gran dispersión, sentó las bases de su posterior «mala fama ecológica» que se acrecentaría tras las repoblaciones masivas realizadas por el ICONA en la postguerra.
Los eucaliptos llegan a Jerez en el último tercio del siglo XIX y se plantan en muchos recreos y fincas de las cercanías de la población y en los jardines del Depósito de Aguas del Tempul, desde cuyos viveros debieron extenderse por los alrededores. Resulta llamativo que no figuren referencias al eucalipto en la larga relación de especies citadas por el jerezano Manuel Parada y Barreto en su obra «Ideas de Paisaje y Naturaleza» (1887), editada en una fecha en la que, sin embargo, creemos segura su implantación en nuestra provincia y su más que probable presencia en nuestra ciudad (3). A comienzos del siglo XX, la prensa local (4) ya recoge anuncios que así lo atestiguan: «Eucaliptus de varias clases se venden en macetas a 75 ptas. el ciento en el parque de los depósitos de agua del Tempul» (El Guadalete, 10-1-1902).
Por su rápido crecimiento, los eucaliptos se hacen pronto familiares en nuestro entorno urbano y apenas un año después de inaugurarse el parque de Capuchinos, en la Sesión Municipal de 23-12-1903 presidida por el Alcalde D. Juan Fadrique Lassaletta y Salazar se acuerda «que el jardinero mayor de la ciudad adquiera 100 eucaliptus para el Parque González Hontoria» (5). Los árboles se plantaron en el invierno de 1904 y desde entonces han venido formando parte inseparable de la fisonomía de este rincón de la ciudad, pese a la tala de muchos de los ejemplares de este parque. El padre Vicente Martínez Gámez, al relatar sus excursiones botánicas con los alumnos del Instituto Provincial en 1915, cita también la presencia del eucalipto en los parques y jardines de Jerez señalando que existen «numerosas variedades de Eucalyptus (globulus, rostrata, amygdalina, etc.)» (6).
En la campiña debieron difundirse también con bastante rapidez, ya con vocación forestal. Cuando en 1915 se crea la Colonia Agrícola de Caulina, se reservan más de 4 hectáreas de las 192 que componían su superficie para terreno de arbolado donde se plantarán, sobre todo, eucaliptos. En los Montes de Jerez, siguiendo las tendencias forestales de la época, junto a diferentes especies de resinosas, se introducirán también los eucaliptos (E. globulus y E. camaldulensis, especialmente) desplazando a la vegetación autóctona y compitiendo con alcornoques, quejigos y los arbustos propios del monte mediterráneo.
El estudio sobre la «Vegetación forestal de la provincia de Cádiz» que en 1930 realizan los ingenieros de montes Luis Ceballos y Manuel Martín Bolaños, confirma la gran difusión de los eucaliptos en la comarca y recoge ya la presencia de hasta 15 especies en distintas localidades gaditanas. En esta nómina figuran ya Eucalyptus calophylla, E. ficifolia, E. Lehmanni, E. polyanthema, E. crebra, E. diversicolor… y especialmente E. globulus y E. rostrata -conocido también como E. camaldulensis- que se encuentran aclimatados en muchos parajes de la provincia. (7)
Tras la guerra civil, el Instituto Nacional de Colonización primero, y posteriormente el Instituto para la Reforma y Desarrollo Agrario (IRYDA), realizarán grandes plantaciones en la campiña asociadas a los poblados de colonización surgidos en la vega del Guadalete. Las Aguilillas, la Suara, El Torno, José Antonio, San Isidro, Torrecera,… verán crecer los bosquetes de eucaliptos que aún persisten en la actualidad, pese a que en algunos lugares se han comenzado a sustituir por otras especies. Para entonces, estos árboles habrán ocupado ya de forma espontánea las riberas de nuestros ríos y arroyos desplazando en las galerías y sotos fluviales a sauces, fresnos, olmos, chopos, álamos… En todo el curso bajo del Guadalete, desde la Junta de los Ríos a El Portal, está presente casi de manera continua, al igual que en muchos otros parajes de nuestro entorno como el Rancho de la Bola, las faldas de la Sierra de San Cristóbal y la cañada del Carrillo, el parque de Santa Teresa, Vicos, la Vega de La Harina, Bucharaque… por citar sólo algunos de los muchos rincones donde forman masas puras o bosques mixtos en combinación con otras especies autóctonas. En los últimos años se ha venido desarrollando trabajos para eliminar varios miles de pies de eucaliptos que habían crecido en las riberas  y habían provocado en muchos lugares el estrechamiento del propio cauce del Guadalete. (8)
Los eucaliptos en la ciudad y sus alrededores
Sólo teniendo claro su origen y las razones por las que estos árboles fueron introducidos en nuestro entorno podemos tener argumentos para no confundirnos. Por ello conviene empezar señalando algo que debiera resultar obvio: los eucaliptos del Parque González Hontoria, de la zona de la Avenida o Montealegre y, en general, los que de manera aislada o en pequeños grupos crecen en la ciudad y su entorno cercano son árboles ornamentales. Como sucede con otras muchas especies presentes en los parques y jardines de todas las ciudades, la mayoría de las ornamentales no son especies autóctonas. Si fuera por eso, habría también que prescindir de plátanos de sombra, sóforas, aligustres, palmeras… dejando nuestras calles y plazas desarboladas. Y si acaso existiera cierta «xenofobia arbórea» hacia lo «australiano», no se entendería entonces la proliferación de tantas casuarinas (presentes en nuestra ciudad y sus alrededores desde hace más de un siglo) o la más reciente introducción en tantos rincones de las hermosas grevilleas.
Aun estando sobradamente demostradas las alteraciones ecológicas que pueden suponer las repoblaciones de eucaliptos en nuestros montes y marismas, especialmente cuando se hacen a costa de suplantar la vegetación autóctona, no puede aplicarse este discurso a los ejemplares aislados que crecen en el González Hontoria,  en Caulina, en la Cañada de la Feria, en Montealegre o en El Cuco…, por citar algunos lugares donde también despuntan viejos eucaliptos. Muy al contrario, estos árboles (algunos de ellos centenarios) cumplen su papel ecológico en la ciudad, sirviendo de refugio a muchas especies de nuestra avifauna urbana, proporcionando la impagable y benéfica sombra que suaviza los rigores estivales, sirviendo de pantalla a la contaminación acústica y absorbiendo, como un enorme filtro verde, buena parte de los gases nocivos que genera el tráfico rodado. En otras ocasiones, debido a su gran altura, descollando sus copas entre los bloques de pisos, son también hitos relevantes de nuestros horizontes urbanos. Creemos, por estas razones, que hay que sustituir progresivamente los eucaliptos en enclaves como La Suara, La Aguilillas, los Montes de Jerez, o en las riberas del Guadalete, como se ha está haciendo en estos últimos años. Es decir, en aquellos parajes donde con su introducción se desplazó a la vegetación autóctona que puede volver a regenerarse con un adecuado plan de reforestación. De la misma manera pensamos que algunos ejemplares aislados deberían ser sustituidos cuando puedan causar un daño evidente a determinadas infraestructuras o supongan riesgo para las personas.
Junto a todo lo anterior creemos que muchos de nuestros eucaliptos son ya árboles singulares por distintos motivos. Bastaría considerar su monumentalidad para que gozaran de la protección que nadie niega, por ejemplo,  a las grandes araucarias de jardines, conventos y viñas. Pero además de todo ello algunos eucaliptos, como los del parque González Hontoria, o los que recientemente han “mutilado” junto al Puente de Cádiz, están cargados de historia. Y están también ligados a muchos recuerdos, formando ya parte del paisaje de nuestra memoria.

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