De origen Sudamericano, la palabra tomate procede del azteca Nahuatl, de la familia de las lenguas mayas. Su nombre científico es Solanaceae Lycopersicum Esculentum. Se tiene constancia de su cultivo en el 700 a.C. en Mesoamérica, aunque originalmente proviene de los Andes, mucho antes de que se desarrollase la civilización inca.
El tomate en Europa
Los primeros tomates llegaron a Europa a través de los conquistadores españoles en el siglo XVI, presentando un color amarillo. De ahí viene su denominación como pomodoro en Italia (pomo d¿oro, manzana de oro, fue el nombre que en 1554 le puso el botánico italiano Piero Andrea Mattioli). También en la Francia del siglo XVIII se bautizó a la hortaliza como pommed’amour o manzana de amor.
Bernal Díaz del Castillo, en su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, cita por primera vez en Europa al tomate. Setenta años después, aparece de nuevo mencionado como planta medicinal, detalle importante ya que hasta entonces se consideraba venenosa por parecerse a otros frutos de esta categoría existentes en Europa.
A finales del siglo XVII el tomate se convierte en la base de la actual dieta mediterránea, especialmente en la cocina italiana y española, que adaptan rápidamente este ingrediente a sus platos.
El tomate, igual que la berenjena, el pimiento o la patata, pertenece a la familia de las solanáceas. El nombre científico de la tomatera es Lycopersicum lycopersicum (sinónimo de Lycopersicum esculentum). Es una planta perenne, esto significa que en su ambiente natural puede vivir varios años. En nuestro clima la cultivamos como anual pues las bajas temperaturas del invierno no le permiten sobrevivir.
La planta de la tomatera tiene un olor muy característico debido a los pelos con glándulas que cubren todas las partes verdes de la planta. El tallo crece de forma rastrera debido al peso de sus frutos.
Las hojas de la tomatera son compuestas, esto significa que cada hoja está dividida en hojas más pequeñas o foliolos. Cada hoja tiene 7 o 9 foliolos.