Rocío Silva Pérez y Víctor Fernández Salinas Como estudiosos de los paisajes culturales de la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco nos ha sorprendido gratamente que el Principado haya aprobado una iniciativa para que los Picos de Europa formen parte de esa lista. ¿Qué razones avalarían una candidatura de este tipo?
Es verdad, como afirma Marcelino Marcos, que España tiene ya muchos bienes en la lista (44), pero también es cierto que proponer candidaturas en categorías en las que aún no hay demasiados bienes, como los paisajes culturales, otorga un carácter competitivo: sólo lo son uno de cada diez de los 1.007 registros de la lista. También reforzaría la candidatura el hecho de que los Picos de Europa, además de haber sido el primer espacio natural protegido en España (1918), ya tiene la declaración de la Unesco como Reserva de la Biosfera (2003). Además, el reconocimiento de la Unesco, caso de conseguirse, aminoraría la incertidumbre que se cierne sobre esta comarca con la nueva ley de Parques Nacionales.
Quizá plantee dudas la propuesta de entrar en la lista como paisaje cultural y no simplemente como bien natural, cuando en Asturias, y fuera de ella, este espacio montañoso se percibe como un ámbito virgen y poco tocado por la mano humana. Sin embargo, los Picos de Europa sólo pueden ser entendidos desde la perspectiva de que es una obra combinada entre la naturaleza y el género humano. El repertorio de patrimonio cultural ligado a esta comarca sería interminable: los usos agroganaderos y forestales, con su capital de razas autóctonas; el tipo de poblamiento de montaña, con su arquitectura tradicional singular y excepcional (Bulnes, Sotres?); los productos artesanales, entre los que el queso es el rey, pero que se acompaña de otros artículos de gran calidad; la minería histórica; la cultura del domeño hidráulico, que ha posibilitado rutas tan conspicuas como la senda del Cares, aunque, con ser ésta la obra más conocida, existen infinidad de molinos, batanes, fraguas y otras instalaciones que aprovechan la energía de sus ríos; caminos históricos, como las sendas del Arcediano y de La Jocica; el patrimonio etnológico, que es también extraordinariamente rico, y en él destacan la profusión de fiestas, oficios tradicionales, modos de sociabilidad rurales, etcétera.
Por si lo anterior no justificase la mirada cultural de los Picos, en ellos descansa la identidad histórica, especialmente de los asturianos: sus montañas son auténticos símbolos (el Picu Urriellu, el Auseva, Torrecerredo?) y alimentan la historia o leyenda, que de ambas se nutre la crónica, de lejanas aventuras épicas que cambiaron la historia en la península Ibérica. Y ello se mezcla con el mundo de las creencias, tanto en lo que tiene que ver con la mitología de los pueblos cántabros como con el asentamiento del cristianismo. Este conjunto de elementos junto con el de una naturaleza difícil han ejercido una fascinación que ha alimentado una larga tradición tardorromántica y naturalística muy potente, al menos desde inicios del siglo XX. Todo un variopinto mundo de personajes gira en torno a sus espacios y valores (Roberto Frassinelli, más conocido como el Alemán de Corao, o Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, que con Gregorio Pérez, El Cainejo, consiguió que fuera un asturiano el primero que coronase oficialmente el Urriellu) y tenemos descripciones antológicas, como las de Jovellanos; Octavio Bellmunt y Fermín Canella, y su nunca suficientemente valorada Asturias; Aurelio de Llano de la Roza, Antonio Pérez y Pimentel, Juan Antonio Cabezas o Dolores Medio, y todo esto por no citar el ingente número de autores que han escrito sobre la montaña de los Picos recreando en sus rutas descripciones de paisajes, caminos tortuosos, pedregales, y desentrañando la esencia del habitante de estas alturas.
Entre las estrategias para alentar esta candidatura habría que considerar:
a) La armazón política y social es indispensable para aunar esfuerzos y para conseguir que la población local se movilice a favor de la candidatura. De momento ya existe un pronunciamiento positivo del Principado, pero hay que generar actividad desde ya. Cualquier programa o acción encaminada a la sensibilización social es muy apreciado en la Unesco: campañas en colegios, celebración de jornadas, explicación colectiva de lo que significa estar en la lista del Patrimonio Mundial, etcétera. En los grupos de trabajo, también desde el principio, debe estar toda la sociedad civil de la zona o con intereses en ella; esto es, asociaciones de ganaderos, de productores de queso, grupos ecologistas, asociaciones culturales u hosteleros turísticos, etcétera.
b) Habría que fijar los límites del paisaje cultural, habida cuenta de que la Unesco distingue entre una zona núcleo y una zona de amortiguamiento. La superficie media de los paisajes culturales de la lista es de 47.429 hectáreas. Ante esto, las 64.660 hectáreas del Parque no son exageradas, pero hay que tener en cuenta que no forman parte del mismo algunas zonas de notable interés que, al menos, deberían formar parte de la zona de amortiguamiento: Asiego, el valle del río Cares en las Peñamelleras, Amieva, los Beyos, Argolibio, Bívoli y Casielles, el río Sella, Benia… Para ello podría servir de referente, aunque muy mejorable, la llamada área de influencia socioeconómica, que alcanza las 125.395 hectáreas y en la que se asientan casi 15.000 habitantes.
c) El plan de gestión es fundamental. Hay que clarificar y solventar los problemas que supusieron la suspensión del plan rector de uso y gestión del Parque (PRUG). Difícilmente la Unesco se tomará en serio una propuesta que no tenga planes actualizados y vigentes. El elemento más preocupante al que hay que hacer frente es la creciente presión turística en un ámbito con recursos extremadamente frágiles. Son bien conocidos los impactos que el turismo ha generado ya en Cangas de Onís y en Arenas de Cabrales, con modelos urbanísticos y comerciales desajustados. La gestión de este bien requeriría, pues, no sólo un plan de carácter naturalístico, sino un documento de coordinación de todas las políticas que incidan en el paisaje.
d) Hay que asumir que el ingreso en la lista es un proceso largo y no exento de dificultades, pero el viaje merece la pena; por lo tanto, se sugiere trabajar en común, también desde el principio, con las dos organizaciones que asesoran a la Unesco en materia de Patrimonio Mundial: Icomos (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios) y la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza). Su consejo puede evitar escollos y aminorar incertidumbres; no en vano son las que valorarán técnicamente la candidatura.
Creemos, en fin, que Asturias tiene una deuda en el reconocimiento de sus paisajes culturales; conseguir que los Picos lleguen a figurar en la lista del Patrimonio Mundial sería una forma justa y generosa de empezar a amortizarla.