Versalles gallego

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El Pazo de Oca se encuentra en el corazón del concello de A Estrada, en la parroquia que le da nombre. Aunque en sus orígenes fue una fortaleza, las sucesivas reformas sufridas entre los siglos XVII y XVIII le han acabado confiriendo su aspecto actual. Perteneciente a la Fundación de la Casa Ducal de Medinaceli, sus dimensiones, escudos, torres, capilla y jardines, lo han convertido en el máximo representante de la arquitectura civil gallega.

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Un viaje en la historia
El entorno del Pazo de Oca nos transporta como visitantes a un mundo irreal, donde parece que el tiempo se ha detenido. El Pazo se levanta en medio de la niebla, austero y noble, haciendo gala de sus escudos nobiliarios. Éstos son el reflejo de su historia y de sus diferentes propietarios antes de llegar a manos de los duques de Medinaceli. Construido como fortaleza en el siglo XV por Don Suero de Oca, fue cambiando de propietario hasta que, a finales del siglo XVII, aprovechando la piedra de la antigua fortaleza, Andrés Gayoso comenzó la construcción del Pazo.                                                                        El Pazo de Oca sobresale entre los pazos gallegos manteniendo a un tiempo la esencia de este tipo de construcciones. En su fachada presenta un elemento muy típico de las viviendas paciegas, una larga galería de madera que, de un lado a otro, recorre el grueso muro de piedra.

Dominando la fachada se levanta la torre almenada que recuerda el origen del pazo como casa-fuerte.

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Los pazos tenian un lugar privado para el culto, y en el Pazo de Oca la igleisa es de estilo barroco, con planta de cruz latina y dedicada a San Antonio de Pádua. Su estructura y distribución resultan realmente atractivas, pero si por algo destaca El Pazo de Oca es por albergar el jardín más antiguo de toda Galicia.

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El jardin más viejo
En este jardín encontramos especies de árboles autóctonos y exóticos que hoy son ya centenarios, y hermosos estanques y fuentes de gran valor artístico, elementos que le han valido el sobrenombre del “Versalles Gallego”.
El terreno del jardín desciende ligeramente hacia la natural inclinación del valle del río Ulla y en esa suave pendiente se estructura un jardín aterrazado dominado por el agua, elemento primordial del jardín que podemos observar por todas partes.

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El jardín de Oca es también una hermosísima huerta delicada y palaciega, con un doble propósito de utilidad y belleza. Elemento básico de esta ordenación jardinera y hortícola son los emparrados que, a modo de túneles de verdor, recubren los caminos con su estructura de madera de castaño.
Los dos estanques, situados en dos alturas diferentes, constituyen el eje central en torno al cual se ordena el espacio de los jardines del Palacio de Oca. Este carácter axial deriva no sólo de su ubicación física, sino del hecho de condensar en poco espacio todo el barroquismo arquitectónico y paisajístico del jardín sin, por ello, renunciar a su utilidad original.

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Máximo esplendor
El apogeo del jardín se sitúa a fines del siglo XVIII cuando el jardín de utilidad y el jardín señorial quedaron conjugados equilibradamente, lográndose la paradigmática esencia de Oca, heredera de la villa romana, con carácter civilizador y agrícola desde donde la familia propietaria asumía un papel modélico a través de las costumbres y como representante del poder central.

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El siglo XIX incorporó especies exóticas que le dieron un aire de nostálgico romanticismo, propio de la época y, olvidando las cualidades hortícolas, fue siendo transformado a jardín paisajista, torciendo sus rectas calles en líneas sinuosas. Hoy conviven en perfecta armonía el jardín dieciochesco y el romántico.

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Existe en Oca un “camelia reticulata” que es el mayor de Europa, un verdadero monumento vegetal. Asimismo, se han identificado bojs de más de 1 metro de perímetro. Sigue allí con doscientos años el “Liriodendron tulipifera”, que da sombra a las lunetas, preciosos bancos en forma de palco mullidos por el musgo, desde donde asomarse a lo que fue el antiguo bosque de robles, la carballeira.

Los Pazos eran fincas señoriales propiedad de los nobles gallegos que explotaban el campo o los viveros fluviales y marítimos. Los recintos englobaban la residencia familiar y una serie de dependencias relacionadas con el trabajo agropecuario o el culto religioso. La mayoría contaban con palomares, hórreos para el secado y almacenamiento de cereal, cruceiros, fuentes, capillas, pequeñas ermitas… convertidos hoy en piezas de gran valor histórico y en ocasiones artístico, estos pazos representan espléndidamente la arquitectura civil gallega.

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